I.
La niña de escocía juguetea con las tripas del niño; ha abierto su abdomen con cariño y de un solo tajo. Ha querido evitar cicatrices innecesarias.
Se abre paso entre los intestinos y el estómago, les acaricia y sin desprenderlos les acomoda torpemente sobre la pelvis desnuda del niño.
/Él, tirado sobre la hierba, contempla dócil la invasión.
La niña ha sacado la sierra; quiere abrirse paso por entre el tórax, besa los riñones expuestos, el niño ya no ve la sierra, pero siente el ruido transmitirse por sus huesos.
La niña ha llegado al fin al corazón: le masajea, le circunscribe con el índice, le mide, le huele y le besa.
/Le silba cancioncitas que ha inventado.
Él cala la mano en la hierba y ambos se reconocen en el latido arrítmico del corazón expuesto.
Él se duele pero no llora /es el único árbol seco de escocía.
II.
El primer niño de escocía ha cavado un hoyo. Cavar no es nada fácil cuando la tierra está tan resquebrajada, tan muerta; así que no es un hoyo muy profundo, si acaso un metro, tal vez menos.
Los niños de escocía poseen la tierra verticalmente.
Este hoyo no es muy profundo; enterrar hombres-cabeza-de-caballo es un trabajo dispendioso, el niño de escocía no ha querido desperdiciar su tiempo cavando.
Empieza por el riguroso desmembramiento: hace la primera incisión en la falange superior del dedo meñique de la mano derecha.
La mano izquierda es el mar.
Con el escalpelo forma una línea cerrada que rodea al dedo; retira la piel, lame la sangre y quiebra con sus manitas la coyuntura.
La niña de escocía le contempla desde el columpio oxidado que pende del árbol seco, del único árbol de escocia.
Ya rota toda articulación, retirada toda piel y lamida toda la sangre, el niño se entrega al llanto, pacíficamente. Llora en silencio y hacia arriba.
La niña le contempla desde el columpio oxidado que pende del árbol seco, y llora horizontalmente para alcanzarle.
martes, 1 de marzo de 2011
Julián Mayorga ¡Ruge!
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